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Fonds documentaire dynamique sur la
gouvernance des ressources naturelles de la planète

Version française de cette page : Les accaparements de terres dans le monde, une menace pour nous tous

Las concentraciones de tierras en el mundo, una amenaza para todos

Rédigé par : Michel Merlet

Date de rédaction :

Organismes : Association pour contribuer à l’Amélioration de la Gouvernance de la Terre, de l’Eau et des Ressources naturelles (AGTER)

Type de document : Article / document de vulgarisation

Documents sources

La versión final de este artículo ha sido publicada como capítulo de un libro de la UAM (México) (p. 253-265)

Francis Mestries (coord.). ¿Crisis agroalimentaria mundial o crisis civilizatoria?. Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2019. 390 p. © Universidad Autónoma Metropolitana

Résumé

Este artículo retoma con algunas adiciones el articulo publicado en francés en la Revista POUR # 220 en Diciembre 2013. Traducción al castellano : Francie Mestries.

Publicamos aqui una version de trabajo que no incluye las referencias bibliográficas completas mientras tengamos el permiso de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México de retomar la version final.

¿De qué se trata?

AGTER fue la primera organización en Francia en preocuparse por los fenómenos usualmente nombrados “acaparamientos” de tierras, luego de que la asociación GRAIN alertó la opinión pública en 2008 sobre esta cuestión. Autores de numerosos estudios realizados desde entonces insisten en los peligros que éstos conllevan, pero no se ponen de acuerdo sobre la índole de éstos, ni sobre la amplitud global del fenómeno, ni sobre la especificidad de los mecanismos actuales respecto a sus antecedentes históricos. Estas divergencias no solamente provienen de la dificultad de acceder a fuentes de información confiables, sino de las diferentes definiciones de su objeto de estudio y de modelos teóricos y conceptuales distintos.

Las variadas maneras de nombrar el fenómeno no son producto de la casualidad. Nos permiten primero ilustrar los distintos puntos de vista. “Land grabbing” en inglés significa tomar las tierras, e implica una acción enérgica e inamistosa, acaso violenta. La expresión francesa más usada, “acaparamiento de tierras”, no tiene exactamente el mismo sentido: acaparar es tomar para sí solo, sin que esto implique necesariamente el uso de la fuerza. Otros autores hablan de “inversiones” en tierras o en la agricultura, de “transferencias de activos agrícolas”, de presiones comerciales sobre las tierras o de adquisiciones y alquileres de tierras a gran escala. AGTER y el Comité Técnico sobre Tierras y Desarrollo optaron por hablar en su documento de análisis y de propuestas de 2010, de apropiaciones y concentración de tierras, buscando reflejar lo más fielmente posible las diferentes situaciones.

Las palabras y los análisis reflejan a menudo los intereses contradictorios de grupos sociales diferentes, sin que no obstante haya siempre coincidencia entre los intereses de un grupo y el discurso que enuncian sus representantes. Las posiciones divergen en varios niveles. Aquí nos conformamos en mencionar tres: la economía, la índole de los derechos sobre la tierra, y las ventajas respectivas de la gran y de la pequeña explotación en la agricultura.

Empecemos por las divergencias en materia de economía. Para el Banco Mundial y numerosos universitarios y políticos de corte neo-liberal, la tierra es un activo, un capital como cualquier otro y puede entonces ser tratada como simple mercancía. Los mercados de tierras redistribuyen la tierra de manera óptima a nivel económico si funcionan sin distorsión. Privatizar las tierras públicas y comunitarias y ponerlas en venta o en arrendamiento permite cultivar espacios abandonados o subutilizados. Gracias a los inversores, las diferencias de rendimientos tenderán a disminuir entre los países, se producirá suficiente alimento para nutrir el mundo y se crearán empleos.

Al contrario, para muchas organizaciones campesinas e indígenas y para los economistas que se adscriben a la tradición económica clásica, la tierra es algo especial y no puede ser considerada como mercancía o capital. Los pueblos reflejan esta especificidad por medio de expresiones como Tierra Madre, Deméter, Pachamama, mientras los economistas se valieron para referirse a ella del concepto de “renta de la tierra”. El concepto cayó en desuso hace unos treinta años desde que la ideología dominante se volvió casi pensamiento único y tomó el valor mercantil de las tierras como la única guía de la asignación optima de la tierra, así como del conjunto de los bienes. AGTER lo volvió a rescatar en sus análisis de los acaparamientos de tierras desde 2009.

Si bien existe un consenso aparente sobre la necesidad de respetar los derechos de los usuarios de las tierras afectadas por fenómenos de acaparamiento, las posturas divergen sobre la naturaleza y los fundamentos de los derechos sobre la tierra y los recursos naturales. Los actores dominantes afirman que solamente los derechos de propiedad absolutos y exclusivos son susceptibles de garantizar las inversiones. Conviene entonces, para posibilitar el desarrollo, privatizar los “comunes” y los terrenos públicos, y establecer sistemas de catastro luego de distribuir los títulos de propiedad. Otros actores, a partir de la observación de muchas sociedades en el mundo, constatan que coexisten siempre sobre una misma parcela, derechos de distinta índole, que pueden ser individuales o privativos de comunidades o colectividades. Para ellos, los recursos naturales y la tierra poseen siempre una dimensión de bien común, ya que los derechos de las diferentes comunidades se declinan en varios niveles, desde la escala local a la mundial. Es preciso decir que los “comunes” no existen sin comunidades que establecen las reglas de acceso y de uso de los recursos.

De hecho, concepciones económicas y análisis de los derechos están ligados. Un régimen de propiedad privada absoluta y exclusiva es compatible con la idea que los derechos sobre la tierra son de misma índole que los que disfrutamos sobre bienes mercantiles ordinarios. Reconocer al contrario la especificidad de la tierra y la existencia de derechos y derechohabientes múltiples, individuales y colectivos, permite conceptualizar la existencia de riquezas naturales que pueden ser objeto de captura, y diferenciarla de la ganancia que se puede obtener en un proceso de producción.

El tercer tema que se debate cuando uno trata de los acaparamientos de tierras es el de la complementariedad o de la competencia entre producción agrícola a gran escala y producción campesina, y de sus ventajas y desventajas respectivas. Está en el centro de vivas polémicas desde hace varios siglos. Hasta estos últimos años, en muchas regiones, el desarrollo no había transitado por unidades agrícolas de gran tamaño usando mano de obra asalariada, sino por sistemas de producción campesinos que se modernizaron, pero que seguían siendo la forma de producción dominante. Sólo los países socialistas apostaron al desarrollo de la gran producción (granjas estatales o grandes cooperativas). Pero desde hace poco, las apropiaciones de tierras agrícolas por una minoría parecen darles la razón a los partidarios de la superioridad de la gran explotación. ¿Esto es cierto o no es más que una ilusión? Los discursos dominantes están sembrados de palabras tramposas, que obstaculizan la comprensión de los fenómenos. El uso de la palabra “inversión” representa una ilustración de lo dicho.

La mayoría de los que luchan contra las apropiaciones de tierras privilegian las cuestiones éticas y morales y no abordan más que superficialmente las cuestiones económicas. No cuestionan fundamentalmente los análisis económicos de las instituciones internacionales, de los Estados y de las empresas, y se conforman con insistir sobre la importancia del rol cultural de la tierra. La instauración de códigos de buena conducta, de principios de responsabilidad social y ambiental parece entonces encontrar soluciones a los excesos y a las violaciones de los derechos fundamentales que todos condenan. Sin embargo, abordar de manera crítica la cuestión económica, con los conceptos adecuados, será indispensable para lograr revertir las dinámicas en curso.

Un trastocamiento a escala planetaria

El observatorio de las compras de tierras Land Matrix, citado con frecuencia, contaba en junio 2012, al menos 71 millones de hectáreas de tierras que habían sido objetos de “land deals” desde 2000, cifra que redujo a 44 millones en septiembre 2016. Tomaba en cuenta las transacciones efectuadas y verificadas, hechas de su conocimiento y señaladas desde 2000, sobre superficies de 200 ha o más, que implicaron la conversión de tierras usadas por comunidades locales o de ecosistemas naturales, hacia la producción comercial, agrícola u otra y que implicaban actores internacionales. Este recuento no tenía la pretensión de ser completo. Ahora, los responsables de la página web precisan “The data should not be taken as a reliable representation of reality” (Land Matrix, 2016). De hecho, estos datos no toman en cuenta los cambios de misma índole realizados en fecha anterior, ni los fenómenos de concentración de tierras de mayor continuidad o los realizados entre actores nacionales. Estas cifras están, a nuestro juicio, muy lejos de reflejar la amplitud real de las transformaciones en curso en las estructuras agrarias.

Las informaciones procedentes de numerosos países, desde Brasil, Camboya hasta Camerún, para citar sólo algunos, muestran que las superficies apropiadas en tierras comunitarias y en espacios naturales, en beneficio de algunos pocos, son mucho más importantes. Así, de 1992 à 2011, en Brasil, las áreas ocupadas por las propiedades de más de 100 000 ha crecieron en 57,2 millones de hectáreas (+ 3 millones ha por año) y las de las propiedades de más de 1 000 hectáreas en 58 millones de hectáreas en 19 años, (+ 8,3 millones de ha en promedio por año). En 2010, en Brasil, solamente 4,3 millones de hectáreas (35 000 propiedades) estaban en manos de extranjeros (INCRA. Estadísticas oficiales): el fenómeno de acaparamiento se da en este país esencialmente entre actores nacionales. En comparación, la Land Matrix anuncia en 2016 que 2 millones de hectáreas han sido objetos de land deals para agricultura en Brasil desde 2000, y 4,5 millones de ha para toda América latina. Si bien las variables observadas no son las mismas, la enorme diferencia entre las cifras muestra que los datos de la Land Matrix no reflejan del todo la amplitud de los fenómenos de acaparamiento y de concentración de la tierra en curso, ¡por lo menos en este país – continente!

Aunque tales apropiaciones existen desde hace mucho, su amplitud, la velocidad de su desenvolvimiento y la índole de los actores involucrados (fondos de pensiones, empresas transnacionales, Estados, etc.) las vuelven un proceso nuevo, donde las élites, los caciques y los empresarios nacionales juegan también un papel importante.

Estamos presenciando hoy un verdadero proceso de “cercados” a escala mundial. Al igual que en Inglaterra antes y durante la Revolución Industrial, este fenómeno se traduce por la desposesión de las poblaciones rurales, el crecimiento de un proletariado rural, nuevas modalidades de gestión de la pobreza, y una fe ciega en el progreso. Como lo recuerda Karl Polanyi, los cercados en Inglaterra habían provocado una verdadera catástrofe social en ese país, conllevándolo a la expansión colonial, hasta que la crisis mundial de los años 1920 - 1930, primero económica y luego política, conduzca a los grandes conflictos mundiales de consecuencias dramáticas.

El espacio de expansión de estos nuevos “cercados” es muy vasto, ya que inicia con las tierras subutilizadas (que no por ello están vacías de población y sobre las cuales existen derechos de uso) que potencialmente podrían ser utilizadas en cultivos de temporal. Según el estudio sobre las Zonas agroecológicas globales del IIASA (FAO & IIASA, 2002), alcanzan la misma magnitud que las que están bajo cultivo actualmente. Esto no se haría sin graves riesgos pues se trata en parte de zonas hoy cubiertas por selvas y / o ocupadas por poblaciones autóctonas.

Pero existen otras diferencias importantes entre los fenómenos de hoy y los de ayer, y las principales son: los “cercados” actuales son contemporáneos de una revolución que ya no es industrial sino financiera: no se necesita obligatoriamente hoy tanta mano de obra para generar ganancias; el mundo es finito y ya no existe escapatoria posible en conquistas coloniales; además vivimos hoy una crisis ecológica de gran envergadura; finalmente, todas estos cambios son cada vez más rápidos, y las sociedades no tienen el tiempo de construir respuestas en términos de organización y regulación.

Una nueva dinámica agraria se instauró desde los años 1970. Nuevas tecnologías agrícolas (pero también biotecnológicas y mineras) “modernas” han duplicado las posibilidades de producción y extracción, a la vez que necesitan cada vez menos fuerza de trabajo. Vuelven hoy factible y provechosa la privatización de los recursos que eran hasta hoy públicas, comunales, o simplemente inalcanzables (semillas y genoma de especies silvestres, yacimientos energéticos o mineros, p.e.). Los mercados se han mundializado y el libre intercambio de mercancías se ha generalizado. Los precios se fijan a escala planetaria, pero no hay políticas agrícolas ni agrarias a tal escala, ni tampoco política económica global. Presenciamos un desarrollo inaudito del sector de las finanzas, en el que “se crean” y “desaparecen” inmensas riquezas en gran parte virtuales, lo que modifica radicalmente la problemática de la inversión.

Una nueva dinámica de apropiación de los recursos naturales y de acumulación se estableció, y necesitamos entender mejor sus mecanismos. La “acumulación originaria”, que estaba asociada sobre todo a los sistemas pre capitalistas, está de vuelta.

Comprender las evoluciones en curso : desarollo del agronegocio y acaparamientos

Los fenómenos de apropiación y de concentración de tierras se dan en gran escala en tres situaciones peculiares: en los antiguos territorios coloniales donde se establecieron regímenes agrarios en los que se generalizó la propiedad privada (muchas regiones de América Latina, p.e.); en los viejos territorios coloniales donde regímenes agrarios comunitarios prevalecen (en África, en Indonesia, p.e.), y en los territorios de los países socialistas que habían sido forzosamente colectivizados.

Aunque los países desarrollados puedan tener también vastas superficies de tierras agrícolas subutilizadas, no están sufriendo acaparamientos masivos de tierras. Esto no significa que carezcan de otro tipo de acaparamientos, como por ejemplo de los subsidios públicos. En muchos países desarrollados (en Europa, pero también en los Estados Unidos de América y en Canadá), se dan procesos de polarización de las estructuras agrarias, con una tendencia a la disminución de las unidades de producción de tamaño mediano, y la concentración de la tierra agrícola en unidades de producción capitalistas cada vez más grande y más ligadas al capital financiero.

Los Estados antaño colonizados recuperaron, con su independencia, la soberanía sobre sus tierras y recursos, pero no reconocieron los derechos que las poblaciones habían instituidos ellas mismas sobre sus territorios. Estos Estados se consideran “propietarios” de todas las tierras que no fueron registradas (oficialmente), y piensan poder cederlos en concesión a quien se le antoje. A menudo las legislaciones nacionales se lo autorizan. ¡Pero no por ello sus actos son legítimos! La herencia colonial es también un duro fardo a nivel social y político. Las populaciones autóctonas penan a menudo en conformar organizaciones autónomas que les representen para defender sus tierras.

En los países socialistas que colectivizaron su sector agrícola, la proletarización de los campesinos ha sido muy fuerte y su capacidad de organización destruida por mucho tiempo.

El desarrollo de los mercados financieros vuelve muy abundantes los capitales, pero también muy volátiles. Grupos de inversionistas procuran colocar al menos una parte de su dinero en activos reales menos dados a perder su valor que los varios productos derivados y especulativos. Antiguas colonias y antiguos países socialistas ofertan a las grandes empresas capitalistas condiciones muy favorables para su desarrollo en la agricultura. Nuevas formas de producción, promovidas abusivamente como procesos “ganador-ganador”, se establecen sobre la base de relaciones contractuales, por lo tanto, voluntarias, entre empresas y Estados, o entre esas y particulares. En ambos casos, aprovechar importantes superficies de tierras potencialmente agrícolas que no habían sido valorizadas anteriormente por falta de capital parece ser la causa principal de tal situación. Parece entonces fácil remediarlo utilizando el modelo de producción de la gran empresa, que los grupos dominantes consideran el más eficaz. En ambos casos, los “inversores” pueden tener acceso a la tierra en forma poco onerosa, a menudo gratuita, por lo general apoyados por los Estados. La ausencia o debilidad de la organización de las poblaciones vuelve la correlación de fuerzas muy favorable a las empresas. La mano de obra es muy barata. Las ventajas fiscales considerables y las garantías ofrecidas por los acuerdos bilaterales de inversiones promovidos por los organismos financieros internacionales, que establecen un derecho apremiante que protege a los inversionistas, contribuyen ampliamente a este proceso.

La tasa de retorno de estas inversiones debe ser lo bastante elevada para que los detentadores de capitales, que tienen muchas otras opciones de colocación, se sientan interesados. Aquella proviene, desde luego, en última instancia de la riqueza que se creó, del valor agregado. Pero la parte que les toca a los accionistas será tanto más importante si las partes que les toca a los trabajadores, a los dueños de la tierra y a la sociedad vía impuestos, serán reducidas. Así, no es tanto el valor absoluto de la riqueza creada lo que cuenta, sino la distribución de este valor agregado. Estudios realizados en Ucrania demostraron que 80 a 90% del valor agregado creado en los mayores agro-holdings se destinaba a remunerar a los poseedores del capital, permitiéndoles tener tasas de rentabilidad muy elevadas a pesar de rendimientos agronómicos bastante regulares.

Así, la multiplicación de las grandes unidades de producción utilizando en su mayoría mano de obra asalariada y la desaparición de muchísimas unidades de producción campesina no significa la superioridad de las primeras sobre las segundas. La explicación radica en la repartición de la riqueza creada. La verdadera superioridad de la gran producción es su capacidad de apropiarse de todo tipo de rentas, en principio la renta de la tierra y las rentas naturales, pero también las rentas resultantes de la implementación de políticas públicas, como las que favorecen la producción de biocombustibles.

Una amenaza global para la humanidad

Las apropiaciones y la concentración de tierras por unos cuantos conllevan la destrucción de sociedades campesinas, la exclusión de millones de pequeños productores, la destrucción de ecosistemas y la aceleración del calentamiento global. Tienen efectos locales, la expoliación de las poblaciones locales y la violación de sus derechos de usos y costumbres, pero tienen también efectos remotos, debido a la competencia desigual entre grandes unidades de producción bien dotadas en capital y en tierras, y productores campesinos cuya productividad del trabajo es muy inferior.

Los productores campesinos son con frecuencia los más aptos para responder a los intereses de la sociedad al producir casi siempre más riquezas por unidad de superficie que las grandes empresas con trabajadores, cuando ellos tienen acceso a los medios de producción y a la tierra. Integran naturalmente en sus decisiones las futuras generaciones en lugar de sólo buscar la maximización de la ganancia a corto plazo. Pueden adaptarse mejor a la biodiversidad y respetar el medio ambiente. Por ende, la agricultura campesina genera muchos más empleos, y restringe el éxodo rural. Pero son millones los campesinos las víctimas de las evoluciones actuales de las estructuras agrarias en el mundo.

La amplitud y velocidad del desenvolvimiento de los acaparamientos de tierras actuales lo vuelve, al igual que el cambio climático, una amenaza global para la humanidad. Las violaciones a los derechos del hombre ciertamente son inaceptables, pero tenemos también que volver la mirada hacia las consecuencias ecológicas, económicas y sociales de estos fenómenos. Para que los 9 mil millones de seres humanos tengan en los años 2050 con qué alimentarse y las fuentes de energía necesarias para sobrevivir, será preciso maximizar la producción de riquezas por unidad de superficie. Si las tendencias actuales prosiguen, se estima que habría que crear de aquí al 2050, 3,8 mil millones de empleos o puestos de trabajo en el mundo para alcanzar el pleno empleo. Sera menester también encontrar sistemas productivos más compatibles con el mantenimiento de la biodiversidad y de los equilibrios ecológicos. La lucha contra la exclusión de los campesinos, y el arraigo del mayor número posible de pequeños productores agrícolas se vuelve entonces una necesidad, no solo es el interés de los campesinos, sino de toda la humanidad. Es una de las conclusiones más importantes que sacaron en 2016 los 400 participantes provenientes de unos 70 países del Foro Mundial sobre el Acceso a la Tierra que tuvo lugar en Valencia, España.

Las respuestas que se nos propone hoy, como el llamamiento al respeto voluntario de los derechos humanos fundamentales, la promoción de derechos garantizados mediante la generalización de la propiedad privada, la movilización de más inversiones en el sector agrícola, el llamado a la responsabilidad social de las empresas, son notablemente insuficientes, y para algunas de ellas contra-producentes.

Al igual que las otras amenazas globales más denunciadas, como la lucha contra el calentamiento climático, establecer acciones susceptibles de evitar una evolución catastrófica de la situación planetaria será muy difícil. No tenemos sin embargo otra solución sino trabajar desde hoy en la construcción de un nuevo modo de gobernanza mundial, que permita una gestión duradera de nuestros bienes comunes. Esto conduce a la instauración de un derecho internacional apremiante para todo lo que implica una amenaza para la humanidad. Sólo una movilización popular considerable podrá lograr imponer su institución.

Bibliographie

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